Observar…
no es mirar.
Mirar toca la forma,
observar acaricia la esencia.
La conexión nace ahí,
en el instante en que los ojos dejan de buscar
y comienzan a ver.
Ver sin prisa,
sin nombre,
sin historia.
Cuando observas con presencia,
el mundo se abre.
Una hoja deja de ser hoja,
y se convierte en el suspiro del árbol,
en la danza del viento,
en el pulso de la tierra que la sostiene.
Observar es rendirse al misterio:
aceptar que todo lo que percibes
ya forma parte de ti.
Que no hay dentro ni fuera,
sino un solo campo de vida
que se contempla a sí mismo.
Cada gesto, cada sombra, cada voz
es una nota de la misma melodía.
Cuando aprendes a observar sin juicio,
la conexión florece sin esfuerzo.
Porque donde la mente ve distancia,
el alma ve reflejos.
Y en cada reflejo…
se reconoce entera.
Observar es amar sin tocar,
comprender sin pensar,
sentir sin poseer.
Es abrir los ojos del corazón
y dejar que la vida
se mire a través de ti.