Autoescucha

El eco del silencio

Elena llevaba años buscando respuestas afuera. Libros, cursos, terapias, gurús. Había llenado su vida de ruido bienintencionado: frases inspiradoras en la pared, meditaciones guiadas en el teléfono, consejos sobre cómo alcanzar “la paz interior”.
Pero, pese a todo, su pecho seguía pesado, como si algo dentro no se hubiera despertado.

Una tarde, mientras caminaba por el bosque, el cansancio la obligó a detenerse. Se sentó en una roca y cerró los ojos. No había música, ni voz que la guiara. Solo el sonido del viento entre las hojas y su propia respiración.
Al principio, la mente gritaba: “Tienes cosas pendientes, no puedes quedarte quieta.”
Pero luego, poco a poco, el cuerpo comenzó a hablar.
Le dolía el cuello: “Me cargas con lo que no te corresponde.”
El estómago ardía: “No digieres lo que callas.”
Y el corazón, con un pulso sereno, susurró: “Ya no necesito más respuestas, solo que me escuches.”

Entonces entendió que la autoescucha no era una práctica más, sino un regreso.
Un acto de amor que une lo que el ruido separa: mente, emoción, cuerpo y espíritu.
No se trataba de entenderse, sino de sentirse.
No de controlar, sino de confiar.

Cuando abrió los ojos, el bosque seguía igual, pero todo era distinto.
El silencio ya no era vacío: era compañía.
Elena sonrió. Por primera vez, no necesitaba buscar.
Porque al fin había recordado que el hogar siempre había estado dentro.