La magia de la gratitud

En el templo sin muros del alma,
donde el tiempo se disuelve en presencia,
habita la sabiduría callada
de todo aquello que aún no comprendemos.

Allí, la oscuridad no es enemiga,
sino una maestra envuelta en silencio.
Ella no castiga, revela;
no hiere, despierta.

Cada sombra que cruza nuestro camino
lleva en su regazo una enseñanza oculta,
como una joya enterrada bajo la arena del ego.
Pero el corazón impaciente no ve,
porque busca respuestas donde solo hay procesos.

Agradecer lo que no vemos
es rendirse al misterio con humildad.
Es reconocer que la vida
no se equivoca en sus giros invisibles.
Que cada confusión, cada pérdida,
cada vacío que nos duele
es un gesto secreto del universo
mostrándonos su arquitectura de amor.

Cuando decimos “gracias” al dolor,
las puertas de la comprensión se abren,
y lo que era herida se convierte en portal.
La gratitud es la alquimia más pura:
transforma el plomo de la experiencia
en oro de conciencia.

Entonces la armonía no se busca,
se revela.
Brota, como el perfume de una flor
que ha aprendido a florecer incluso en la sombra.

Y comprendemos, por fin,
que el misterio nunca fue enemigo,
sino espejo.
Que la vida no pide entenderla,
solo sentirla y honrarla,
como quien reza sin palabras
ante el infinito.