Conectamos de verdad
solo cuando dejamos de buscar.
Cuando el ruido se apaga
y el instante se desnuda,
la presencia se vuelve un templo,
y la vida… una plegaria en movimiento.
No hay conexión sin quietud,
ni encuentro sin entrega.
La presencia no se impone:
se permite,
se abre,
como flor que confía en la luz.
Ser presente es habitar el alma,
no el reloj.
Es respirar sin prisa,
mirar sin querer entender,
sentir sin miedo a ser sentido.
La conexión no es un lazo entre dos,
sino un reconocimiento del Uno.
Cada mirada, cada voz,
cada latido en otro pecho,
es el eco del mismo origen.
Cuando somos presencia,
el otro deja de ser ajeno;
se vuelve reflejo,
maestro,
camino.
Entonces el amor no se busca: se recuerda.
La conexión no se fuerza: se revela.
Y comprendemos que estar aquí,
plenamente,
es ya una forma sagrada de unión.