Poesía Fe

Fe: el origen del cambio

La fe no es creer sin ver,
es recordar lo invisible que habita en ti,
la semilla que duerme en el fondo del alma
esperando que el amor la despierte.

La fe comienza en el cuerpo,
cuando el aire entra sin que lo pidas,
cuando el corazón late aunque dudes,
cuando la tierra te sostiene aun en la caída.
Allí, en la respiración simple,
habita la certeza de estar vivo,
la promesa silenciosa
de que cada célula sabe renacer.

La fe es un movimiento del sentir,
un río que atraviesa la pena
y no se detiene ante la sombra.
Es llorar sin perder esperanza,
amar sin garantías,
seguir creando aunque el mundo tiemble.
Porque el alma que confía
encuentra belleza incluso en la herida,
y convierte el miedo en raíz de compasión.

La fe es pensamiento claro,
no por certeza, sino por coherencia.
Es la voz interna que dice: “Sigue”,
cuando la razón calla y la lógica se quiebra.
Es elegir el camino del ser auténtico,
aunque duela soltar la máscara,
aunque el ego tema disolverse.
Fe es pensar con el corazón abierto
y sentir con la mente despierta.

La fe trasciende toda forma,
es el puente entre lo humano y lo eterno.
Es mirar el caos y ver propósito,
mirar la noche y presentir la aurora.
Allí, donde no hay nombre ni frontera,
la fe se vuelve entrega,
una danza con el misterio
que te invita a ser creación consciente
del Todo que también eres.

Tener fe es decir sí a la vida,
incluso cuando no entiendes su lenguaje.
Es confiar en la semilla mientras está bajo tierra,
en el fuego mientras destruye lo viejo,
en el silencio mientras gesta el verbo.

Porque toda transformación empieza así:
con un pequeño acto invisible,
un respiro de confianza,
una llama interna que dice:
“Creo en lo que aún no soy,
porque ya vibra en lo que soy ahora.”