“De mis vivencias nace el vuelo”
He caminado por sendas de luz y de sombra,
he sido fuego que arde y ceniza que calla.
Cada caída fue un espejo,
cada logro, un suspiro del alma que recordaba su camino.
Y en cada vivencia,
una lección sembrada en silencio:
que mejorar no es cambiar,
sino recordar quién siempre fui.
Mi cuerpo guarda la historia que mis palabras olvidan.
Sus cicatrices son mapas de regreso,
sus cansancios, invitaciones al descanso.
He aprendido que no hay error en su forma,
ni traición en su límite.
Solo un llamado a habitarlo con ternura,
a escucharlo cuando grita,
y agradecerle cuando aún me sostiene.
El cuerpo enseña a mejorar sin prisa,
a avanzar al ritmo del propio pulso.
He sentido miedo hasta temblar,
ira hasta arder,
tristeza hasta vaciarme.
Pero también he sentido amor hasta expandirme,
y gratitud hasta llorar de belleza.
Cada emoción fue maestra,
cada lágrima, semilla de comprensión.
Y comprendí que no se trata de controlar el río,
sino de dejar que me lleve,
porque solo quien se deja sentir
aprende a sanar de verdad.
He pensado que debía ser distinto,
que la perfección era el destino.
Pero la mente también se cansa
de sostener máscaras sin alma.
Hoy elijo la claridad antes que la certeza,
la coherencia antes que la razón.
Comprendí que mejorar no es competir con el pasado,
sino alinear lo que pienso, siento y hago
para caminar con verdad.
Allí, la mente se vuelve aliada del corazón
y el ser recupera su voz.
He buscado sentido en los días grises,
y he hallado respuestas en el silencio.
Cuando dejé de preguntar “por qué”,
la vida comenzó a mostrarme el “para qué”.
Entendí que todo lo vivido —bueno o duro—
fue parte de un mismo tejido sagrado.
Nada sobró, nada faltó.
La trascendencia me enseñó a confiar,
a mirar mi historia con los ojos del alma,
y a saber que todo fue necesario
para aprender a amar sin condiciones.
De mis vivencias nace mi fuerza,
de mis heridas brota la ternura,
de mis dudas, la sabiduría.
Cada experiencia es un templo,
cada paso, una oración al presente.
Y así entiendo que mejorar no es subir,
sino profundizar.
No es alcanzar más,
sino ser más plenamente lo que soy.
Porque la vida —mi vida—
no fue un error,
fue la maestra perfecta
para enseñarme a amarme en totalidad.