“Nutrir la Vida”
He aprendido que nutrir no es solo comer,
es honrar lo que sostiene la existencia.
Es comprender que el cuerpo y la Tierra
respiran el mismo aire,
beben la misma agua,
y laten al compás de una misma conciencia.
Cuidar de mí
es cuidar del mundo que me habita.
Mi cuerpo es un jardín que florece o se marchita
según el alimento que le ofrezco.
Cuando elijo con atención,
cada fruto se vuelve oración,
cada sorbo, un pacto con la vida.
La sostenibilidad comienza en la piel,
en los actos pequeños,
en agradecer al alimento su viaje,
a la semilla su paciencia,
a la Tierra su silencio fértil.
Nutrir el cuerpo es un acto de amor hacia el planeta.
Las emociones también necesitan alimento.
Se nutren de calma, de vínculos sinceros,
de espacios donde respirar sin miedo.
Cuando consumo sin consciencia,
mi corazón se agota;
cuando vivo con gratitud,
el alma se expande como lluvia sobre un bosque seco.
Aprendo que la verdadera sostenibilidad
no solo está en lo que siembro afuera,
sino en lo que cultivo dentro:
la ternura, la empatía, la compasión.
Solo quien se cuida desde el sentir
puede cuidar sin dominar.
La mente también se alimenta.
Y su alimento es la atención.
Demasiada prisa contamina la paz,
demasiado ruido asfixia la sabiduría.
Pensar con coherencia es sembrar claridad.
Elegir con conciencia es reducir la huella del ego.
Cuando la mente se aquieta,
escucha el lenguaje de la Tierra,
que no grita, solo muestra.
La sostenibilidad mental es vivir con propósito,
sin desperdiciar energía en lo que no nutre el alma.
Hay una nutrición más sutil:
la del espíritu.
Se alimenta de silencio, de belleza,
de gestos amorosos y de fe en lo invisible.
El alma se sostiene cuando se siente parte,
no dueña.
Y entonces el planeta deja de ser escenario
para volverse espejo:
lo que sano en mí, sano en la Tierra;
lo que respeto en ella, florece en mí.
Cuidar la vida se vuelve oración universal,
porque somos el mismo pulso en distintas formas.
No basta con vivir: hay que nutrirse de sentido.
No basta con comer: hay que agradecer.
No basta con cuidar: hay que amar.
La sostenibilidad comienza en el plato,
pero florece en la conciencia.
Porque cada acto, cada elección,
cada respiración consciente
es semilla de equilibrio entre el cuerpo y el cosmos.
Y así, cuando me cuido con amor,
también la Tierra descansa.
Cuando respiro en paz,
el mundo respira conmigo.
Nutrirme bien es nutrir la vida,
y la vida, agradecida, me sostiene.